Dolor anacrónico

Recorro las dunas del árido exilio
abriéndome paso en la vorágine de ideas que pueblan mi mente.
Ensanchando horizontes pálidos y gastados.
Gritando tu epitafio, inhumando utopías
de vástagos muertos en mi alma.

Doy confort a mis ojos evocando todo aquello
que me exima de escupir los restos de una fe ya extinta.
Aferro la vida a mi voluntad vapuleada
para llevarme al otro extremo,
a la feliz orilla del olvido.

Sin embargo irreversible es el proceso,
Inútil desandar lo andado.
Me limito a contraerme
en el tibio sopor de la sangre,
en la dulce trémora de mi agonía,
en el salino caminar del amor derruído.

La simbiosis expira prematura, cabizbaja.
Las palabras enmudecen ateridas, llorosas.
La caricia se diluye despreciada, malograda
y el futuro crucificado,
llora sangre sobre nuestros nombres disgregados.

Tu nombre

Hay lunas de dolor
Que en mi ubicua oscuridad
Solo alumbran tu nombre.

Manos de ilusión
que mesen mi vida.
Balsas recuerdo
en las que viaja mi mente.
Islas amor, perfección
que lleva tu nombre.

Anemia simbiótica.

Mi piel se desprende
como las hojas del tiempo
que miro, ausente.

Mi vida se bifurca y se diluye
entre sueño y realidad,
entre la luz de tus manos
y el azul en tu pecho.

Soy como la gota que cae
golpeando en el hielo,
como la arena que el viento disgrega,
desplaza y olvida.

Soy un abismo de tierras perdidas,
de frutas prohibidas y cosechas exiguas.
Soy un extraño, un proscrito que mira de lejos.

Soy ese espejo que anhela el reflejo,
soy el amante que viste de negro,
soy la esperanza que ha muerto en tu lecho.